Viajamos a las magnéticas ciudades de Oaxaca y Huatulco México
En junio viajamos a México por un Congreso de Gerontología que se realizaba en Oaxaca, México.
De por sí el destino nos pareció exótico y poco explorado, o sea, había muchas cosas para descubrir. Propusimos combinarlo con un lugar de playa que también saliera de lo común y nos decidimos por Huatulco, el primer y único municipio de América bandera azul, una distinción que destaca a las playas del mundo libres de contaminación.
Así, nos fuimos para el siempre magnético país de México con 30 adultos mayores. Las personas a esta edad, cuando son autónomas y se encuentran en plena potestad de sus facultades, tienen más entusiasmo y pilas que cualquier joven de 20 años.
Abordamos un vuelo con escala en Lima que nos llevó hasta México D.F. En el aeropuerto esperamos algunas horas, aprovechamos entonces para hacer migas entre quienes no se conocían tanto o apenas de vista, de las clases de Cepram (Centro de Promoción al Adulto Mayor). Siempre es bueno tomarse un cafecito para romper el hielo. Acto seguido, tomamos el vuelo de una horita en dirección a Oaxaca, hacia el sudoeste del país, a las entrañas mismas de México, la ciudad natal de la cantante Lila Downs.
Impactante mirar desde el avión el perfil de la Cordillera al sobrevolar la ciudad, prestos a aterrizar. Muchas veces México se promociona desde los espacios geográficos más populares, como Riviera Maya, Acapulco, y la verdad es que a nosotras nos gusta, siempre que se pueda, salir de lo común.
Aterrizamos y ya nos estaban esperando para recibirnos, nuestros hermanos mexicanos siempre correctos, vestidos con camisas de color blanco inmaculado a pesar del calor, la piel morena en perfecto contraste y esas sonrisas de oreja a oreja que auguran una buena estadía.
Nos alojamos en el casco Histórico de Oaxaca, en un hotel boutique que había Sido una antigua casona de arquitectura colonial, hoy recuperada, con galería interna y cuartos a su alrededor y en la planta alta, plantas por doquier, decorada con obras de artistas plásticos locales. Ni bien nos asignaron los cuartos, dejamos las maletas y volvimos al patio interno para brindar por nosotros, el viaje, el grupo, con margaritas y tequilas. Caía la tarde, el clima era agradable y la compañía también. Entre risas y fotos, se hizo de noche y nos fuimos a descansar para estar frescos a la mañana siguiente.
Al día siguiente, ya recuperados del viaje y tras un descanso reparador, nos esperaba un desayuno energético: infusiones, frutas, huevos revueltos, salchichas, quesos, cereales, yogurth, jugos.
Ese día conocimos el centro histórico de Oaxaca, y si bien la combi nos esperaba para llevarnos hasta la Catedral, algunos decidieron caminar algunas cuadras, como el Sr Rafa con sus 92 pirulos, así que varias decidimos unirnos al desafío.
Caminar esas callecitas empedradas es un viaje en el tiempo, todo super limpio, impecable, la gente muy simpática, negocios con artesanías increíbles, paso a paso encontrás algo que te atrapa, desde las típicas muñecas oaxaqueñas, bolsos tejidos, esculturas de alebrijes.
Si viste la película de Disney «Coco», una delicia realmente, que trata del niño mexicano que baja al Inframundo por error y allí se encuentra con sus ancestros mexicanos, habrás visto que en el filme se observan animales de poder que son guías y protectores de los personajes, de muchos colores y mezclas de muchas especies, ellos son los alebrijes y sus creadores son artistas precisamente del estado de Oaxaca.
Con las escalas técnicas en los puestos de comida callejera que vendían Milos asados, recorrimos uno a uno los rincones de una ciudad patrimonio histórico de la humanidad declarada por Unesco.
Con tiempo para sentarnos en uno de los tantos bares frente a la plaza, tomar un helado, un refresco, una cerveza, al son de la música típica interpretada por bandas, al ritmo de las bailarinas con sus largas trenzas negras y sus faldas.
Los vendedores ambulantes abundan, son muy insistentes y simpáticos, es difícil decirles no. En sus rostros y vestimenta se aprecia el legado aborigen mexicano, esas mejillas robustas, esos ojos profundos que hablan más que las palabras. Sus manos gastadas, al roce cuando nos acercan sus mercancías. U a está en frente de la autoridad misma que imprime la memoria viva de nuestros antepasados, allí, de pie frente a nosotros. Cómo decir que no.
Alojados en Oaxaca tuvimos la oportunidad de visitar la antigua Ciudad de Monte Albán, es de las primeras ciudades mesoamericanas (Siglo V A.C.), sede de la cultura Zapoteca, las Ruinas de Mitla otro centro arqueológico destacado, el Árbol de Tule cuyo diámetro de su tronco es el más ancho del. mundo. midiendo nada más ni nada menos que 14 metros, alcanzando una altura de 42 metros y un peso que se estima en más de 600 toneladas. Su edad se calcula en 2000 años. Los zapotecas veneraban a este árbol cual divinidad, quizás por sus poderosas raíces y su altura, les representaba una especie de puente, de unión entre la tierra y el cielo.
La cocina oaxaqueña es rica en especies, olores y sabores. Oaxaca saboreamos unos platos típicos exquisitos, como “los 7 moles”, es una preparación que tiende a ser dulce, se prepara con chiles ancho y guajillo, jitomate, ajo, ajonjolí, cebolla, plátano macho, pan, canela, clavo, pimienta gorda, comino, orégano, tomillo, mejorana, laurel, sal, azúcar, chocolate y caldo de pollo; en ocasiones para hacerla ligeramente picante se usa chile pasilla.
También estaba la opción de degustar “hígado de pollo a la oaxaqueña”. Los famosos “chapulines” es otro plato que, si se animan, se dejan saborear. Los chapulines son lo que para nosotros las langostas, fritos son bien sabrosos y nutritivos, pero bueno, no es nada del otro mundo, pero hay que animarse a comerlos. Su nombre proviene del náhuatl y significa “insecto que rebota como pelota de goma”, jeje qué sabios los ancestros, podían representar seres y objetos con una simpleza que apabulla.
También se puede probar el “tasajo oaxaqueño”, que es un corte de carne vacuna, seca y salada. También encontramos caldos, que se beben de igual manera con 40º C a la sombra, salchichas oaxaqueñas, todos alimentos bien potentes que te aportan buena cantidad de calorías para todo el viaje.
No podíamos irnos de Oaxaca sin realizar el “ritual del mezcal”. “…Dicen que tomando pierdes la cabeza y el dinero, pero a mí me crece el pecho con ese Mezcal del bueno”, así fue como cantando al son del “Mezcalito” de Lila, visitamos una hacienda para pasar la prueba.
Nos explicaron en detalle cómo se fabrica el elixir, a partir de la planta de agave o maguey, una suculenta típica de la zona.
Un dato curioso es que la principal diferencia entre el Tequila y el Mezcal es que el primero se produce desde una única especie de agave, azul, mientras que el segundo puede prepararse con 12 especies distintas.
Entre canciones, refranes y muchas risas, probamos varios tipos de mezcalitos y así quedamos, muertos de la risa, tomándonos fotos y haciendo bromas de lo más felices. El mezcal no es una bebida más: se bebe de manera delicada, hay que besar la bebida apenas con los labios para establecer el romance.
Tomarlo suavemente te permite apreciar las notas que desprende al entrar en el cuerpo. Dicen que “beber mezcal te cura de todo mal”. Hay muchas prácticas en torno a ello, un tanto divertidas, y un tanto sabías también, ya que en la producción del mezcal hay amor por el trabajo y un sentimiento de unidad con la tierra.
Antes de despedirnos de Oaxaca nos contaron acerca de una celebración muy importante para la comunidad y que es la “Guelaguetza”. Se celebra a fines de julio, nosotros no pudimos asistir, es altamente recomendable y forma parte del culto a la Virgen del Carmen. Magia, tradición y sincretismo, se dan lugar en un espectáculo majestuoso.
La cultura y danza oaxaqueñas se dividen en cuatro épocas históricas por medio de gran cantidad de bailarines: Prehispánica, Colonia, México Independiente y Contemporánea. Música, baile y canto, orgullo oaxaqueño con la presencia y representación de cada una de sus 7 regiones.
Para viajar hasta Huatulco podríamos haber tomado una conexión aérea. Más decidimos cruzar la Cordillera de los Andes por tierra a través de la ruta nacional nº 175, una travesía zigzagueante que nos tomó 5 horas y media de viaje.
Cuando arribamos a Huatulco nos sorprendió la limpieza y orden de la ciudad; yo había estado allí hacía unos 20 años y en este tiempo cambió muchísimo. Conté más arriba que sus playas están certificadas a nivel mundial como unas de las más limpias del planeta.
Esto implica un gran plan de gestión propulsado y gestionado por un Municipio con el apoyo de todos los sectores de la ciudad, en especial el hotelero, ya que la mayor parte de los ingresos económicos provienen de esta actividad.
Llegamos al hotel y en cuanto nos otorgaron los cuartos, nos liberamos de las maletas y nos zambullimos a la piscina. El agua cálida y el bar con bebidas refrescantes fueron los artífices de nuestro relax tras un largo recorrido.
Al día siguiente salimos hacia la Marina para tomar un yate que nos conduciría mar adentro a una playa paradisíaca. El viento acariciando nuestras mejillas, el agua de mar y un sol radiante anticiparon lo que sería una jornada maravillosa.
El yate ancló a metros del parador, bajamos en botes y allí nos recibieron con bebidas frutales. Caminamos por la playa de arena fina y clara, nuestros pies de parabienes. Tomamos fotos, nos metimos al agua, jugamos con las olas, nos reímos mucho cual niños para luego acomodarnos en el restaurante, aprovechando la ocasión para degustar platos con el producto típico del lugar, entre los más populares encontramos: camarones bandidos, que son como una especie de tacos, salteados, abulón picada con achiote y langostas de dos onzas que se pueden cocinar de distintas maneras. Mucho limón, mucho mezcal y mucha agüita para apagar el fuego después.
Luego de reposar y seguir disfrutando del agua de mar, regresamos a la Marina y nos trasladamos hasta el hotel el cual quedaba cerquita con lo cual, podíamos viajar en unidades con aire acondicionado o simplemente caminar hasta él.
Estos días aprovechamos para conocer el centrito de Huatulco, en él existe la plaza central donde se reúnen los lugareños, es un lugar imperdible de visitar sobre todos los fines de semana donde se arremolinan todo el mundo a escuchar y bailar música típica en vivo, probar un helado artesanal, hacer compras de artesanías típicas para llevar de obsequio a casa.
En una de esas presentaciones, logramos que el señor que tocaba el piano a pura cumbia nos dedicara algún tanguito y música argentina a pedido, realmente muy amorosos y simpáticos.
Algunos vecinos nos invitaron a bailar y las mujeres argentinas no podíamos decir que no. Así que, al ritmo del cantante y su voz, repasamos todos los ritmos de baile, orgullo nacional jaja.
Algunas chicas probamos el “Temazcal” que es un ritual prehispánico junto con baño de vapor y hierbas aromáticas de la zona, de uso medicinal, de uso cotidiano entre los pueblos del centro de México. Previo a ello, hicimos un baño de barro que nos dejó la piel renovada. Y el corazón contento.
En el último tramo del viaje, no queríamos quedarnos con las ganas de conocer “Puerto Escondido” a menos de 2 horas por carretera de Huatulco. Así que hicimos una miniencuesta y las que votamos por sí, contratamos un vehículo, una traffic, que nos llevara hasta la playa conocida por sus enormes olas, su mar agitado ideal para surfistas y sus elegantes restaurantes junto al mar.
Pero sucedió un hecho inesperado y fue que una huelga de taxistas nos impidió continuar el trayecto con un corte en la ruta, por suerte, nuestro chofer fue rápido y giró antes del corte, si no, hubiéramos quedado del otro lado sin poder regresar a Huatulco, considerando que al día siguiente era nuestro vuelo de regreso, no la hubiéramos pasado muy bien. Se frustró la visita, pero entendimos o aceptamos que por algo son las cosas, de pronto fue una anécdota más para contar.
Al día siguiente no sin cierto pesar, emprendimos el regreso a casa. Nos despedimos de un México al que siempre es hermoso volver, nunca nos cansaremos de él. Las conexiones aéreas funcionaron perfectas, llegando a Córdoba a la hora prevista.