Colombia lo tiene todo: cordillera, selvas, desierto, mar

Colombia lo tiene todo: cordillera, selvas, desierto, mar

Colombia lo tiene todo: cordillera, selvas, desierto, mar

WICCA VIAJES. Turismo Sostenible Córdoba, Argentina

Colombia es un país con una biodiversidad que nos deja con la boca abierta. Lo tiene todo: cordillera, selvas, desierto, mar, costas pacíficas y atlánticas. 

Nuestro viaje fue pensado siempre en función de adultos mayores y de expectativas en torno a la cultura de la región.

BOGOTÁ: Teniendo en cuenta que nuestra ciudad de origen, Córdoba, tiene una altitud de menos 400 msnm, viajar a la capital colombiana que fue nuestro punto inicial de recorrido, requirió de algunas precauciones, ya que se encuentra a una altitud de 2.625 msnm: llevar abrigo más allá de estar en primavera, beber agua, comer poco, tomar tiempo para aclimatarnos.

Así lo hicimos y no hubo ningún tipo de problemas. Al llegar al hotel, ubicado en la zona norte de la ciudad de Bogotá en un área residencial, lo primero que hicimos fue tomar un café típico colombiano, exquisito, por cierto.

Ese mismo día salimos a caminar por el lugar para familiarizarnos. Accedimos a un centro comercial a pocas cuadras, donde vimos primeras marcas como en todas las grandes capitales y un cambio monetario que acompaña al peso argentino, vacacionar en Colombia en cierto modo es más accesible que en otros países latinoamericanos.

A la mañana siguiente nos esperaba un jugoso desayuno, muy completo, en la galería techada del hotel, lo que permitía el paso de la luz natural, con frutas de todos los colores, naranjas, sandía, mango, kiwi, fresas, cereales, yogures, quesos y jamones, panes caseros blancos o negros, medialunas, rosquillas.

Visitamos la Catedral de Sal de Zipaquirá, una obra de arte y de ingeniería increíble, con base en una antigua mina de sal, donde a partir de distintos proyectos concursados donde convergieron municipio, universidades, organizaciones y estudios de arquitectura, y financiamiento internacional, se seleccionó el ganador cuya obra fue justamente  convertir la antigua mina en una catedral.

Imaginen una mina: para ingresar a ella hay que penetrar en las entrañas de la tierra y así lo hicimos, nos adentramos en un monumento único en el mundo, conmovedor y sobrecogedor; independientemente del culto que prediques o si no predicas, esta joya de la arquitectura moderna es fascinante.

Una maravilla nacional, oculta en el subsuelo colombiano. A cada paso se encuentran distintas cuevas, oratorios, cruces iluminadas, espacios para el recogimiento, vía crucis. El lugar te interpela desde lo religioso si sos creyente, pero también desde lo humano, al pensar en cuántos miles de obreros habrán pasado sus vidas enteras allí, sin ver el sol por días, al servicio de este tipo de industria.

Al culminar la visita, nos fuimos hasta un restaurante de la zona que nos habían recomendado, para almorzar alguna delicia típica. Apenas entramos al lugar nos preguntaron ¿Ya probaron el “ajiaco”? Pues no dijimos. Entonces esa será la entrada.

El ajiaco es un tipo de sopa que revive muertos, así se parte la tierra de calor, el colombiano la toma igual, se prepara con carne de res o de oveja, cortada finamente y cocinada con papas, ajo y cebollas, un manjar.

Ya estábamos bastante satisfechos, pero aún faltaba el plato central: la típica “bandeja paisa”, compuesta por frijoles, arroz, carne molida, chicharrón, chorizo, huevo, aguacate, arepas, sí las exquisitas arepas y rodajas de plátano maduro. ¡Una bomba! Imposible decir no, ¡había que probarlo! Otros optaron por el “sancocho”, que viene con mazorca, plátano verde y maduro, el ñame que es un tubérculo parecido a la papa, yuca, zanahoria, cebollas, cilantro, tomates, apio y ajo. Y ya se me hizo agua la boca.

Otros pidieron “tamales”, con una masa a base de maíz y rellenos de carnes, verduras y hortalizas, acompañados por salsas. A todo esto, y como éramos un grupo de argentinos con fama de bailarines, nos esperaba un grupo de jóvenes que interpretaron “vallenatos”, uno de los ritmos propios del país. Por supuesto que tuvimos que salir a bailar a la pista improvisada entre sillas y mesas, no dejamos ni una canción sin sacudir el cuerpo para renovar los ánimos.

A la salida del restaurante poco más y nos piden autógrafos, aunque algunos músicos se animaron a pedir números de teléfono jeje.

A la mañana siguiente nos esperaba el “ascenso al Cerro Monserrate por Teleférico”, qué actividad más divertida. Había que hacer bastante cola para subir, es que siempre hay mucha demanda de turistas.

El día estaba nublado de manera tal que, debido a la altitud a la que estábamos ascendiendo 3.152 msnm, el punto más alto de Bogotá, el vergel que rodea el cerro parecía espesarse a nuestro paso.

Por supuesto que tomamos fotografías de esas caritas sonrientes mientras el teleférico subía y subía cada vez más. Una vez en la cima, disfrutamos de las mejores vistas de la capital y casi que tocamos las nubes con las manos.

Otra vez, no podíamos dejar pasar la oportunidad de tomar otro rico café, la mañana estaba fría, llovía y el momento ameritaba.

Una vez finalizada la visita, iniciamos el descenso por teleférico. Al llegar a la base, nos esperaba el vehículo para llevarnos a la “antigua residencia de Simón Bolívar”, hoy Museo. Una fantástica quinta, antigua, de estilo colonial, con un enorme jardín, pisos rústicos, galerías y amplios ventanales. Tras finalizar, nos dirigimos hacia el Barrio “La Candelaria”, vibrante, con sus murales de colores y calles estrechas con tiendas donde podés adquirir esmeraldas y artesanías de autor.

En el barrio se encuentran lugares icónicos como una Catedral de la época de la colonia y un Capitolio neoclásico que bordea la Plaza Bolívar. Por la zona encontramos además el reconocido “Museo del Oro”, donde se exponen y conservan piezas únicas patrimonio mesoamericano que logró quedarse en estas tierras y no terminar en museos de otros continentes.

Conserva más de 30 mil ejemplares de orfebrería, además de alfarería, cerámica, textiles, pertenecientes a las culturas Quimbaya, Calima, Tairona, Zenú, Muisca, Tolima, Tumaco entre otros. En las calles, existen vendedores ambulantes que venden unas famosas “hormigas culonas” y como en la vida hay que probar de todo, no está escrito en ningún lado, pero nosotros lo aplicamos igual, ¡las probamos! porque además nos dijeron que son afrodisíacas jaja.

Al día siguiente, bajo el efecto afrodisíaco de las hormigas culonas, partimos en avión hacia Medellín, una ciudad destacada en el mundo por su resiliencia y la transformación social cultural que lograron tras salir adelante del flagelo del narcotráfico. Nos alojamos en la mejor zona, “El Poblado”. Muy bonita esa parte de la ciudad, con edificaciones muy distinguidas, centros comerciales, restaurantes, bares, una activa vida comercial, gastronómica y nocturna.

Al otro día y tras dormir como bebés, nos fuimos a visitar el “Parque Explora”. Un museo de ciencia interactivo de lo más impactante: alberga el acuario de agua dulce más grande de América del Sur. Pudimos apreciar un montón de especies inéditas a nuestros ojos. Exóticas debido a su clima diferente al nuestro, desde tortugas, ranas, tarántulas, serpientes, ¡y hasta pitones!

La noche en la zona de El Poblado en Medellín invita a salir por un trago y así lo hicimos, entre tiendas de diseño, patios cerveceros, plazas con mucho verde y arte callejero, bebimos unas ricas cervezas, con música agradable y charlas de la vida.

A la mañana siguiente, pasó por nosotros Tatiana, de las mejores guías que tuvimos jamás, nativa de la ciudad, ha viajado por el mundo y, desde su óptica única, enriquece su relato con cada detalle. Desde la historia misma anterior a la colonia, la independencia del país, su conformación de su sociedad a través de los distintos “estratos”, la problemática, la resiliencia de un pueblo dispuesto a sanar.

Cómo es que una sociedad toca fondo, y desde el más profundo de los dolores, emerge desde la lucha social, el encuentro institucional, la confluencia de sectores, el arte, el deporte y un plan con objetivos en común, entre muchos más factores. Comenzamos por el centro financiero, la Catedral de la ciudad, y la mítica Plaza Botero junto al prestigioso Museo de Antioquia.

Es mañana estuvimos de parabienes ya la orquesta municipal se encontraba en la Plaza interpretando distintos clásicos de la música popular colombiana. ¡Había que salir a bailar! El director de la orquesta nos sonreía como niño con chiche nuevo, ¡qué felices fuimos! bailamos con “paisas” expertos el típico “pasillo”! Además de alguna que otra “salsa”.

Luego de almorzar, la frutilla del postre: la esperada visita a la “Comuna 13” uno de los 16 comunes, célebre por la influencia que tuvo Pablo Escobar y los efectos del narcotráfico, pero más reconocida hoy por su recuperación social a través del turismo y el arte. Para ello abordamos el teleférico público que posibilita la conexión entre sectores de la ciudad de distintas fotografías y ubicados a diferentes alturas.

Observar la Comuna desde arriba es un viaje en sí mismo, el teleférico es completamente vidriado lo que permite apreciar hasta el más mínimo detalle, esas casitas, las callejuelas que seguramente vimos cientos de veces en películas, los murales callejeros coloreando las paredes de las viviendas, un mundo de gente con historia, con vivencias si, como cualquier otro barrio pensarás, pero no, no es cualquier barrio, es la Comuna 13. Compartir el habitáculo con vecinos del lugar, escuchar sus voces, sus tonadas, esa cadencia típica colombiana, es música.

Nos recibieron Max y Perea dos chicos muy jovencitos, referentes de su comuna, que oficiaron de guías locales y nos contaron su historia, cómo se ganan la vida recibiendo a turistas extranjeros, lo importante que es para ellos resaltar su arte hip hopero, las prendas de diseño que aprendieron a confeccionar otros referentes, las comidas caseras que venden sus familias y las de sus amigos, etc.

Recorrimos la parte más turística de la Comuna a través de unas escaleras mecánicas estratégicamente dispuestas para ascender la topografía del lugar, de otro modo sería difícil poder conectar los distintos estratos. Las paredes están plagadas de murales que evocan hechos significativos para la comunidad y les ayuda a recordar de dónde vienen y hacia dónde van. Pululan los locales de recuerdos donde podés comprar desde una gorra de Comuna 13, hasta libros, discos, postales, bebidas, etc.

Es un mundo de gente que habla distintos idiomas, hoy la Comuna es un punto de encuentro de muchas personas que se ganan la vida y que trabajan honestamente para que más y más turistas visiten su hogar. Tras la visita quedamos muy conmovidos. Entendimos las implicancias de una profunda transformación colectiva, desde el dolor, el esfuerzo, el amor, la perseverancia, la búsqueda de sentido a lo que nos pasa.

Al día siguiente, nos fuimos a visitar el nuevo “Peñol”, un pueblito muy pintoresco cercano a Medellín, el antiguo pueblo fue inundado para la creación del dique. En él se encuentra un llamativo monolito gigante de granito, la “Piedra del Peñol”, al cual se “tejió” una escalera de concreto para subir sus 220 mts. con sus 702 escalones hasta la cima, que bien valen el desafío: la panorámica de 2.200 hectáreas y sus islotes, desde la cúspide, es inigualable.

A continuación de El Peñol encontramos “Guatapé”, ¡qué pueblo más maravilloso! de los más instagrameables de Colombia: su originalidad se debe a que todas las casas están decoradas con zócalos de colores, cada una con una temática particular.

Sus calles, sus negocios de diseño, las orfebrerías, las tiendas de artesanías, se confabulan para que te quieras quedar a vivir. La localidad se puede recorrer en unos carritos multicolor tirados por motos, el recorrido se aprecia ya que los móviles marchan a poca velocidad, permitiendo admirar las residencias, los colores, la arquitectura, tienen una capacidad de hasta 3 personas lo que permitió ir conversando y tomándonos fotografías.

El itinerario continuó hacia Santa Marta, en la Costa Caribeña. Es notable el contraste, Medellín se ve opulenta mientras que Santa Marta más folklórica, con un alto porcentaje de la población afrodescendiente, lo que nos remonta a la época de la colonia, cuando miles de esclavos eran arrebatados de su tierra e ingresados por lo que otrora era uno de los puertos centrales de la corona española. Su gente humilde, simpática, te acoge con gran calidez, cierto es que los vendedores ambulantes son muy insistentes, en ese sentido repartíamos las compras entre quienes se acercaban.

El casco histórico es muy bello, para acceder a él hay que caminar algunas cuadras ruidosas y desordenadas, teniendo precaución con el tráfico. Su Catedral, el Museo del oro Tayrona – Casa de la Aduana que nos contó historias de piratas, esclavos y curas.

En las peatonales, plazas y comercios, pudimos adquirir los típicos bolsos wayúu, mochilas totalmente hechas a mano por las mujeres indígenas de la Guajira, que simbolizan la conexión espiritual al objeto, ya que la acción de tejer está conectada con el mito de la araña Walekeru, que les regaló la gran habilidad de tejer.

Ese mismo día visitamos la Quinta de San Pedro Alejandrino, una hermosa hacienda con enormes parques donde falleció el Libertador Simón Bolívar y a cuya alcoba pudimos acceder.

Por la tarde y para distender, nos fuimos en taxi hasta la popular “Playa de Rodadero”, muy concurrida por lugareños, donde probamos mojitos, contratamos servicio de masajes, compramos algunas prendas playeras y los músicos callejeros nos dedicaron clásicos latinoamericanos.

La puesta de sol sobre el mar, memorable. Otro imperdible de Santa Marta y cerca de Rodadero es la “Playa de los 7 Colores”, el contraste entre el mar y la vegetación es fascinante.

Otra cita obligada con la que cumplimos al pie de la letra fue visitar “Tayrona” a media hora de viaje de Santa Marta, es un parque nacional de 12 mil hectáreas, vital para la preservación de la biodiversidad, que abarca las laderas de la Sierra Nevada en las zonas adyacentes a la costa del Caribe.

En el corazón del Parque habitan los Tayrona, aborígenes alejados de la civilización para proteger su cultura, por ello se mantienen inaccesibles a todo contacto. Nos embarcamos en lancha para acercarnos a sus playas de agua cristalina, arena blanca, palmeras, manglares y vegetación exuberante. Pasamos el día de manera apacible, rodeados de lo que verdaderamente es el paraíso en la tierra.

De camino a Cartagena, cruzamos el puente sobre el caudaloso y majestuoso Río Magdalena, que nace en la selva amazónica, atraviesa todo el país y desemboca en el Caribe, para hacer una parada en Barranquilla, los pagos de Shakira, y visitar el “Museo del Caribe”, un espacio para el fortalecimiento de las identidades que presenta las manifestaciones culturales y la memoria histórica de sus pobladores a través de 6 salas en las cuales hace énfasis en la doble pertenencia de la región, tanto a Colombia como a la cuenca del Gran Caribe.

Visitamos la mediateca Macondo, especializada en la obra de Gabriel García Márquez, y asistimos a exhibiciones sobre música y fiestas, literatura, cultura indígena y naturaleza de la región.

Una experiencia sensorial altamente recomendada es ingresar a la sala de las tiendas nativas, donde cerramos los ojos para escuchar sonidos de la naturaleza caribeña, una joya.

Continuamos a Cartagena. Alojarnos en el Barrio de Getsemaní fue un acierto, Su arquitectura colonial y el patrimonio histórico excelentemente conservado la distinguen por lejos, como un destino internacional.

Quizás sea lo menos representativo de Colombia, ya que está muy preparada para el turismo, tanto, que por momentos parece una fantasía. No nos gustó ver los mateos tirados por caballos, la ciudad está muy contaminada acústicamente y nos pareció una situación de desprotección hacia los animales.

Muchos vendedores ambulantes son muy insistentes, pero ya sabemos que es parte del paisaje en Latinoamérica. De día la ciudad es muy bonita, de noche, deslumbra. Repleta de bares, restaurantes, tiendas, hoteles, turistas extranjeros, guías que surfean las calles, luces, música. No hay manera de aburrirte, tenés todo tipo de actividades para disfrutar.

El hotel donde nos alojamos fue espectacular, una casona antigua con un enorme patio central con luz natural. En Cartagena tenemos la parte antigua y la parte nueva, donde se han instalado los alojamientos de cadena todo incluido, a mi modo de ver sigue siendo la mejor opción el Casco antiguo. Conocer el Castillo San Felipe, antiguo fuerte desde donde los españoles resistieron los embates de ingleses, piratas y otros, es parte del patrimonio histórico de la humanidad declarado por Unesco.

Cuando terminamos la visita al Castillo, un vendedor ambulante que nos había escuchado conversar me paró y me preguntó ¿argentina? sí le contesté con una sonrisa y me vuelve a preguntar ¿usted sabe cuál es su héroe nacional? y mientras mi cabeza elaboraba si responder Messi o Maradona, el vendedor ambulante me respondió ¡Favaloro! me quedé en seco, lo abracé y le pedí que se tomara una foto conmigo, me conmovió no solo su actitud si no también su sabiduría.

Al día siguiente hicimos un viaje de hora y media aproximadamente al Archipiélago Islas del Rosario, extraordinaria reserva coralina digna de conocer.

Anclamos en una isla, tomamos unos baños de sol idílicos y practicamos snorkel mar adentro, una experiencia inigualable, las especies, sus colores, los cardúmenes, las corrientes bajo el mar, un sueño dorado, un mundo paralelo.

El último día aprovechamos para caminar, para despedirnos de a poco de un país y una cultura maravillosos. Siempre están las ganas de volver.

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