¿Cuál es la magia escondida en el Norte Cordobés?

¿Cuál es la magia escondida en el Norte Cordobés?

¿Cuál es la magia escondida en el Norte Cordobés?

El Norte Cordobés tiene ese “no sé qué”. Los cordobeses, una mezcla de inmigrantes, criollos, comechingones, africanos (entre otras cepas), sabemos que una vueltecita al Norte es necesaria de cuando en vez. Sitios como Tulumba, Cerro Colorado, Caminiaga, Totoral, por solo nombrar algunos, son cita obligada cuando necesitamos retirarnos. El silencio, la infancia aletargada, la sonrisa espontánea, la sencillez, son solo algunas de sus bondades. Cuando nos apabulla la urbanidad, y la humanidad. El cielo más bonito y la tierra más adentro, son apenas una instantánea que, sin rodeos, te penetra la piel como el sol de otoño y se te anida en un rinconcito del corazón. 

En Wicca Viajes intentamos desentrañar ese Norte, comprender el valor que tuvo para artistas transnacionales de la talla de Yupanqui o Fader, mediante un circuito que nos acerque a sus sentires, tan distintos pero tan unidos por un secreto pálpito, desconocido entre ellos, que se aloja en las entrañas de la Córdoba Norteña, especialmente en el Cerro Colorado y el Pueblito de Ischilín.

Nada tuvieron que ver en sí Atahualpa y Fader, más pareciera existir una especie de hilo conductor en esa ruta por ambos elegida, que los lleva a recalar en la zona. Al primero, buscando conexión con la naturaleza en medio de registros pictográficos de los pueblos originarios comechingones; al segundo, en busca del clima seco, para la cura a su tuberculosis, que lo condujo a una sobrevida de más de 20 años por encima del diagnóstico que su médico le había dado por aquel entonces.

Una travesía que nos lleva desde Córdoba Capital por la Ruta Nacional 9 (en adelante RN9), acompasando la traza del Antiguo Camino Real al Alto Perú, que nos invita a hacer la primera parada en la reconocida Bodega Terra Camiare de Colonia Caroya, ansiosos de probar sus apetitosos brebajes, pero también ávidos por entender la razón por la cual esta tierra vio nacer el primer vino americano que llegó hasta la copa del Felipe V de España, y no solo eso, ya que la producción vitivinícola por estos lares, se constituyó con el correr de los años y los aluviones inmigratorios, en una forma de ganarse la vida para las distintas familias europeas que iban llegando a las Américas durante el siglo pasado, en busca de oportunidad de trabajo, y que Argentina albergó siempre, al calor de la prosperidad.

Continuando el viaje por RN9 y luego por RN60, llegamos a la ciudad de Dean Funes donde, en la Casa Museo de Martín Santiago, nos recibe Gabi, su encargada. Tuvimos que hacer un giro en la planificación debido al estado precario de los caminos de ripio por las últimas lluvias (muy anisadas por la gente del Norte, es una muy buena noticia que llueva), que conectan con el paraje de Loza Corral muy próximo a Ischilín, donde residió Fernando Fader, francés de nacimiento (Burdeos, 1882), quien llega a Córdoba en el 1915, construye con sus propias manos y técnica, que actualmente viene a representar una verdadera joyita, guardando celosamente los frescos originales del artista en sus muros, entre otras piezas; sus cuadernos contables, escritos de puño letra; el mobiliario que lo acompañó por más de 20 años, junto a un entorno natural agreste, solitario, pero no por ello menos bello, que fuera testigo de su recuperación y de sus años más prolíficos.

Volviendo a Dean Funes, Martín Santiago fue un excelso artista (admirador de la técnica de Fader), quien llegó a los pagos allá por 1927, atraído por la obra del pintor, y se las rebuscó de mil maneras para captar su atención, ya que Fader tal vez por su enfermedad, tal vez por un carácter taciturno, era reticente a entablar nuevas amistades y a compartir su técnica pictórica.

Debido al giro en la programación del circuito, nos encontramos con otra joya que en sí representa la obra de Martín Santiago. El Norte provocaba en estas figuras una inspiración evidente que no cesaba de florecer. Martín era porteño, llegó a Dean Funes a los 19 años y nunca más se volvió a ir. No solo era excelso pintor, también era escultor, constructor de su propia morada (actual museo) siendo que no poseía conocimientos de albañilería, reciclador visionario que recuperaba plásticos para reutilizarlos y creador de un auto eléctrico con el que se desplazaba hasta la Capital de Córdoba.

Por aquel entonces el ferrocarril cumplía un rol central en la economía local.  El notable artista participaba activamente en la comunidad, creó una obra en cerámica pintada que al día de hoy se luce junto a la terminal de ómnibus y que cuenta la historia de la región, desde los Comechingones, pasando por los conquistadores,  hasta el SXX. Según dicen los vecinos, Martín Santiago era un ser humano excepcional, muy comprometido con la realidad social de la localidad.

Desde la RN60 tomamos la RP16, una ruta que de pronto vuelve el paisaje extremadamente verde, un cambio abrupto respecto a la aridez anterior, encantador, que nos deja con la boca abierta, para alcanzar finalmente la  Villa de Tulumba, un pueblito que hace los honores al paso del tiempo. Que, de hecho, pareciera haberse detenido. Arquitectura de época en perfecta conservación, la Iglesia, las callecitas empedradas, las pulperías, las casonas, las casitas, los vecinos a paso cansino, las bicicletas, todo, todo, es un viaje al pasado, conmovedor y hasta revelador. Ineludiblemente, una canción se me viene a la mente: “Yo soy Tulumba, Tulumba soy, Córdoba Norte mi corazón…Tulumba, diosa serrana, devuélveme la canción…””, de Horacio Guaraní en la voz de Suna Rocha. Apenas a 1km del casco céntrico, fuimos al encuentro de un Mirador maravilloso; allí se erige una Gruta y, desde su ubicación, se nos regala la vista más maravillosa del valle, en un atardecer de colores naranjas, rojizos, azulados, grises, de brisa fresca con verbenas en flor.

Nos embarcamos nuevamente en el vehículo para dirigirnos a Villa del Totoral, con el alma henchida de emociones y con muchas ganas de llegar al Hotel Camino Real Plaza, para disfrutar del consabido cafecito, la tertulia, posterior cena y un buen dormir. El parque del hotel es extenso, está súper bien cuidado, las habitaciones cómodas, climatizadas, con ventanas al parque. Su titular Adrián y el equipo del hotel, nos reciben con una sonrisa y esa tonadita típica norteña, fresca y servicial.

A la mañana siguiente, renovados, nos dispusimos a disfrutar de un rico y energético desayuno en el parque del hotel. Tras un nutrido intercambio de reflexiones sobre lo vivido y unas buenas fotos grupales, partimos hacia la última escala del viaje, la frutilla del postre, la joya de la abuela. Retomando la RN9, tras hora y media de viaje, alcanzamos el anhelado Cerro Colorado. Una Comuna implantada sobre  la intersección de tres distritos departamentales: Río Seco, Tulumba y Sobremonte. Asimismo, la relevancia cultural y natural del Cerro conlleva una superposición de jurisdicciones a nivel gubernamental, ya que tanto la Secretaría de Ambiente, como la Agencia Córdoba Cultura y la Agencia Córdoba Turismo, tienen injerencia sobre la “Reserva Cultural y Natural Cerro Colorado”. Con otra particularidad: su patrimonio se compone de 3 cerros: Colorado, Inti Huasi y Veladero. Tres cerros muy significativos, debido a los elementos naturales y culturales que los distinguen entre sí. Puntualmente el Cerro Inti Huasi, alberga unas pictografías específicas, que retratan al conquistador español a caballo, único registro gráfico de los colonizadores en Sudamérica. También visitamos la típica Casa Pozo Comechingona, enterrada en el suelo, hecho que les permitía a los originarios climatizar el ambiente tanto en verano como en invierno. Unidades habitacionales que, generalmente, albergaban a familias compuestas por padre y madre, con hasta 5 hijos y sus respectivos yernos o nueras.

En horas del mediodía, arribamos a la Casa Museo de Atahualpa Yupanqui. Allí nos recibió el Koya Chavero, hijo de Héctor Roberto, más conocido como Don Ata.  Nos aguardaban con unas ricas empanadas criollas fritas, al son de unas apreciadas chacareras, que pudimos entonar y hasta bailar, pañuelos al viento.

Héctor Chavero, Don Ata, había nacido en Pergamino, Buenos Aires, en 1908, y falleció en Nimes, Francia, en 1992. Sus restos están enterrados en la Casa Museo, bajo la sombra de un frondoso árbol. A lo largo de su carrera, Atahualpa tocó con innumerables músicos y compartió créditos con grandes compositores, pero uno de los dúos más importantes de su carrera fue el que conformó con Pablo del Cerro, seudónimo artístico que utilizaba su esposa, Antonieta Paula Pepín Fitzpatrick, conocida como Nenette (por aquel entonces no era bien visto que una mujer fuera independiente), nombre que actualmente lleva el restaurant que funciona en el lugar. Don Ata también construyó esa casa en cuerpo y alma, con materiales de la zona, donde el agua no abunda pero que su esposa supo encontrar perforando piedras, por eso le llamó “Agua Escondida”.

Pegado a la Casa, cruzando el arroyo, escondido entre el monte nativo, emerge “El Silencio”, un sendero de unos 200m que Atahualpa Yupanqui solía caminar para inspirarse; al final del mismo un corte abrupto nos detiene: el precipicio, con una panorámica increíble del valle y del Arroyo Los Tártagos. Ver para creer ese paisaje.  

En horas de la tarde, tras una conmovedora jornada, emprendimos el regreso a Córdoba. Pusimos musiquita en la trafic, canciones para acunar nuestro regreso a casa. 

Agradecidos a la vida por la misión cumplida, la buena compañía y los momentos compartidos.

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Silvana Sánchez

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Andrea Belardinelli

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